Educar las Emociones

“Educar las Emociones” es un artículo publicado en el número 74 de la Revista de Análisis Transaccional y Psicología Humanista, editada por AESPAT.

Introducción

Vamos a hablar de educación emocional. En concreto, de su origen, el creador, su desarrollo, los errores habituales, postulados básicos, y cómo se aplica en la práctica.

En los años setenta, en Estados Unidos, y coincidiendo con la consolidación del Análisis Transaccional, el investigador Ronald G. Havelock desarrolló un trabajo muy importante en la Universidad de Michigan. Más en concreto, en el Centro para investigar en la utilidad del conocimiento (Center of Research for Utilization of Knowledge (CRUSK). Havelock tenía dos cualidades: a) Era capaz de sintetizar grandes cantidades de información. Por ejemplo, las que generaban grandes congresos, y b) Sabía concretar esas masas de información en cuatro Modelos sobre el cambio: El de la perspectiva de la investigación, desarrollo y difusión; el de la resolución de problemas; el de la interacción social y el del enlace.

Teniendo en cuenta lo anterior, creo que la perspectiva de resolución de problemas es el Modelo de cambio en el que mejor encajan la investigación y la práctica profesional centradas en las emociones.

Los pasos que Havelock distingue son los siguientes:

La perspectiva de resolución de problemas parte de las necesidades del usuario y de lo que hace para satisfacerlas, entendiendo por necesidad una discrepancia

  • Existe una necesidad, sentida y/o real del cliente, receptor o la audiencia, que él mismo enun­cia y articula la necesidad es una discrepancia en­tre el estado actual de las cosas y el que se desea. “Tengo que dejar de beber cinco gin-tonics cada día”.
  • Enuncia esa necesidad como un problema y la traslada a una diagnosis, o intento siste­mático de entender la situación presente. “Pero ¿puedo dejarlo? Antes lo he intentado muchas veces”. Cuando ha formulado así el enuncia­do de un problema,
  • es capaz de conducir una búsqueda para investigar y recuperar ideas e información, que puede emplear al formular y seleccionar diversas soluciones. “¿Cuáles son las circunstancias que contribuyen a que beba tanto?”
  • e identifica una solución potencial.
  • Finalmente, el usuario necesita interesarse en adaptar la solución, en probar la misma y en evaluar su efectividad para satisfacer su nece­sidad original. “En la próxima semana, voy a intentar dejar de tomar un gin-tonic cada día, hasta no beber ni uno solo. Si esto falla, consultaré a un profesional para que me fije un programa con el que pueda abandonar este hábito”. (Havelock, 1971, XI-12).

Los Inicios

A finales de los años cincuenta Claude Steiner es un joven psicólogo que acude a una de las reuniones semanales que Eric Berne, un psiquiatra innovador y creativo, realiza en su casa de San Francisco. Steiner no dejó de atender estas reuniones hasta la muerte de Berne, en 1970.

Durante los años cincuenta, Eric Berne ya había empezado a crear y desarrollas su sistema: el Análisis Transaccional (Berne, 2010). Por sus experiencias previas en el ejército y con el psicoanálisis, quería crear un sistema de psicoterapia que rompiera con algunos asuntos de los vigentes por entonces. Decidió que la interacción de las personas era un buen punto para empezar a observar qué sucedía en sus mentes. También tenía claro que el objetivo de la psicoterapia tenía que tener un fin: curar. Hacer “progresos” indeterminados y eternos no le parecía suficiente. Tampoco le gustaba el pedestal desde el que habitualmente profesionales y académicos ponían distancia con sus pacientes. Pero sobre todo quería eliminar las restricciones internas y externas de las personas para que pudieran liberar todo su potencial y que la mano sanadora de la naturaleza, vis medicatrix naturae (Berne, 1966), siguiera su curso.

Así que ahí tenemos al Dr. Steiner, rodeado y siendo parte de uno de los grupos de trabajo más fértiles de la psicoterapia. Durante unos doce años, acompañado entre otros por Stephen Karpman, John Dusay y Patricia Crossman y por supuesto el Dr. Berne, desarrollan una multitud de nuevas ideas que van dando una forma cada vez más definida al AT. Berne observa los diferentes comportamientos, pensamientos o sentimientos y los agrupa en lo que denomina estados del yo. Destaca tres importantes módulos de comportamiento. Son estados del Yo, y les da nombres sencillos que cualquiera pueda entender: Padre, Adulto, Niño. Al revisar las interacciones entre personas observan que las transacciones se realizan entre los estados del yo de cada persona, y a veces responde un estado del yo que no es el deseado o esperado por quien inicia la conversación. Siguen el rastro a estas transacciones y ven que hay series completas de transacciones que resultan predecibles y que conducen a un final conocido de antemano. Aprecian que algunas de ellas resultan muy frecuentes, y sobre todo que tienen un efecto negativo en las personas implicadas: las llaman “juegos”.

Dada la profesión de todo el grupo de Berne y su constante contacto profesional como terapeutas con gente con dificultades, la mayoría de estos juegos detectados son problemáticos y arrojan un saldo negativo para quienes participan en ellos. Por ejemplo, el caso habitual de aquél que ante un grupo plantea un problema, y ante cualquier solución que el resto le ofrece, su respuesta es refutarlas e invalidarlas sucesivamente. Es el juego de “Sí, Pero…”, fácil de observar en cualquier ámbito, sea familiar, laboral, de pareja, con amistades… Allá donde un grupo de personas se reúnan e interactúen.

Y si ése era el resultado, ¿por qué se enzarzaban las personas en estas series de transacciones? Si lo hacían, estaba claro que era porque conseguían algún tipo de “ventajas”. Berne encontró que éstas eran tanto sociales como psicológicas, tanto internas como externas. Y que el fin de estas ventajas era satisfacer unas “hambres” innatas. Por el tema de este artículo, destaco una: el hambre de “caricias”.

—Todo esto parece bastante interesante, pero llevo un rato leyendo y aún no he encontrado la palabra “emoción”.

—Cierto. Pero, aunque no lo parezca, ya hemos llegado a un primer punto clave: el hambre de caricias. ­

Primera Pista (La alerta)

En sus reuniones semanales solían presentar casos clínicos, ofreciendo teorías para que todo el grupo las estudiara y posteriormente las validara o refutara. También, hacían algunos experimentos. En una de estas reuniones, Steiner propuso experimentar el hecho de criticarse mutuamente, como se solía hacer en algunas terapias de grupo. Tras un periodo brevísimo de tanteo en el que más o menos mantuvieron las formas, rápidamente el experimento evolucionó a ataques cada vez menos delicados.

La desazón causada por este experimento llevó al Dr. Steiner a sugerir al grupo realizar en la siguiente sesión el experimento inverso. Si en el anterior se trataba de decir a los demás criticas desagradables, en éste se trataría de exponer al resto sólo cosas agradables de los demás. Así se acordó, y eso hicieron en la siguiente reunión. Mientras que en la primera sesión los menosprecios y descalificaciones fluían libremente, en la segunda prevalecían los largos silencios apenas interrumpidos por alguna tos o carraspeos nerviosos; si en una los tonos de voz y los gestos eran vivos y expresivos, en la otra todo era apocado, tímido y en voz baja, casi evitando el contacto visual.

—Pues sigo sin leer nada sobre emociones…
—¿Seguro? ¿No crees que ha habido cambios emocionales? Cambios de emociones, de intensidades, de causas y efectos. Yo diría que algo ha pasado, y no parece bueno.

Más Datos

Parece claro que a los participantes les resultaba más fácil ofrecer a los demás valoraciones negativas. Menosprecios y descalificaciones brotaban mágicamente como de un manantial. En cambio, cuando llegó la hora de expresar valoraciones positivas, afecto, aprecio, la cosa no resultaba tan fácil. Se diría que tenían un “regulador interno”, una llave que decidía y daba paso, o no, a determinadas manifestaciones. Además era una regulación que operaba en ambos sentidos, y controlaba ese flujo tanto a la hora de ofrecer como de recibir. En el segundo experimento, no sólo resultaba difícil ofrecer estas caricias positivas, esas valoraciones agradables y demostraciones de afecto, sino que quien las recibía a su vez también solía minusvalorarlas. Si alguien decía “Me gusta cómo resuelves estos asuntos”, la respuesta probable era “Bueno, es que para mí es fácil hacer tal cosa; no tiene mérito”; tras un “Me gusta estar contigo porque eres divertido” lo normal era encontrarse un “Bah, nada. Es que en mi familia somos bromistas”. Estos ejemplos pretenden mostrar lo que en AT se conoce como “descuento”, una minusvaloración o menosprecio ante una caricia, sea interna o externa, sea ofrecida o recibida.

¿Qué es una “caricia”? Veamos qué escribía Berne en su libro Juegos en que participamos (1964):

“Caricia” puede usarse como término general para el contacto físico; en la práctica puede tomar varias formas. Algunas personas acarician literalmente a un niño; aquellas lo abrazan o le dan palmadas, mientras otras lo pellizcan juguetonamente o le dan golpecitos con la punta de los dedos. Todas esas formas tienen sus análogos en una conversación, así que uno podría predecir cómo trataría un individuo a un niño con sólo escucharlo hablar. Extendiendo su significado, la palabra “caricia” puede emplearse para denotar cualquier acto que implique el reconocimiento de la presencia de otro. Así, caricia puede usarse como la unidad fundamental de la acción social. Un cambio de caricias constituye una transacción, la cual es la unidad de las relaciones sociales.

(Berne, 1964,  pág. 17 de la traducción al español).

Steiner escribe con más detalle sobre las caricias en su último libro, El corazón del asunto:

Si se va a elaborar una investigación específica sobre las caricias en la comunidad científica, es necesario, para que el concepto pueda ser investigado, definirlo rigurosamente. Para estimular la investigación algún día, intentaré a continuación una definición estricta de las caricias:

1. Una caricia es una unidad de comunicación. En con­creto, una caricia es una transacción en la cual una persona (A) transmite información conscientemente a otra persona (B), que la recibe. (Véase el Capítulo 13 para una explicación de cómo uso el término «información» aquí).

2. La información transmitida en la caricia de A (el estí­mulo transaccional según Berne) pretende dar una informa­ción sobre B y para B.

3. El reconocimiento de la caricia de A por B (la res­puesta transaccional según Berne) completa la comunicación.

4. La información contenida en una caricia puede ser (a) una declaración valorativa verbal o (b) no verbal en forma de un acto o (c) en forma de ambos, verbal y no verbal.

5. La información verbal valorativa contenida en una ca­ricia está primordialmente en forma de adjetivo y puede ser tanto negativa como positiva (guapo, feo, listo, estúpido, bueno, malo, etc.).

6. La información no verbal se personifica en forma de una acción amistosa u hostil (atención, rechazo, sonrisa, fruncir el ceño, caricia, palmada, etc.) acompañada de una emoción correspondiente de amor (desde el afecto a la pa­sión) u odio (desde la irritación a la aversión), o de una mez­cla de ambos.

7. Una caricia es positiva desde la perspectiva de A si está acompañada de afecto positivo (amor, esperanza, alegría, confianza), y negativa si está acompañada de afecto negativo (ira, temor, desesperación). Desde la perspectiva de B, una caricia es positiva si le sienta bien, negativa si le sienta mal, sin considerar qué pretendía A.

8. La respuesta a una caricia variará dependiendo de cuánta de la información de la caricia es recibida por B.

(Steiner, 2010, pág. 102)

Esas caricias están reguladas internamente. Tratándose del Análisis Transaccional, que estudia precisamente las transacciones entre estados del yo internos y/o externos, a Steiner le resultó fácil identificar el origen del problema. Se trataba de algo cultural, aprendido: introyectado como diría el Psicoanálisis; comportamientos reforzados por el ambiente, como definiría el conductismo. Como nosotros hablamos de AT, al conjunto de esas manifestaciones observables de lo aprendido lo llamamos el estado del yo Padre. No necesariamente son conductas y sentimientos asimilados de sus progenitores, ya que también pueden provenir de otras figuras parentales de referencia, como abuelos o tíos, vecinos, profesores, e incluso modelos provenientes de cuentos, comics, películas o televisión.

“Niño interior” es el estado del yo Niño. Según Berne, es una metáfora de la parte de nuestra personalidad en la que habitan los impulsos innatos, nuestros deseos y miedos más arcaicos. Entre esos impulsos innatos está el de amar a otros semejantes. No es el lugar ni el momento para discutirlo, pero parece creíble pensar que esa emoción, como todas, es una ventaja evolutiva. Sin el amor que une a la tribu en beneficio común, probablemente nos hubiéramos extinguido como especie hace milenios. Así que es ese estado del yo el que ofrece, acepta o pide las demostraciones de afecto. Y si es algo que nos resulta tan beneficioso como especie y además se trata de un impulso innato, ¿por qué están viciadas y sujetas esas manifestaciones de cariño? ¿Quién da o niega el “permiso” para hacerlo?

Si te has parado a pensar sobre él, puedes haber llegado a una conclusión errónea: el pobre “niño interior”, el Niño, se halla solo e indefenso ante el mundo. Pareciera el es un huerfanito que cantaba Antonio Machín: “Yo no tengo padre, yo no tengo madre, yo no tengo a nadie que me quiera a mí”. Pero no, buenas noticias: esto es algo que sucede porque es frecuente escuchar sobre esa noción del AT de oídas, de tercera o cuarta mano. Con un mínimo conocimiento del AT, sabemos que además del Niño, al menos otros dos estados del yo fácilmente identificables acompañan en su interior a cada persona. Uno es el Adulto, que como Berne declaraba con frecuencia, es como el computador que llevamos incorporado. Procesa datos, realiza estimaciones, calcula probabilidades, verifica la realidad. El tercero es el estado del yo Padre, del que ya me he ocupado brevemente.

Eric Berne vio dos aspectos principales y característicos en este estado del yo. Por eso lo dividió según su funcionamiento en Padre Nutricio, Cuidador o Protector (Nurturing Parent) y Padre Controlador (Controlling Parent) (Berne, 1973). Además, a cada una de estas funciones Berne les asignaba características positivas y negativas. Pero nos preguntamos: ¿Cuándo traspasamos la protección y cuidados beneficiosos y llegamos a la sobreprotección limitante? ¿En qué momento el control deja de ser positivo para convertirse en negativo?

La Solución

A finales de los sesenta e inspirados por los crecientes movimientos civiles de liberación como el feminismo y la libertad de expresión, la liberación sexual, los Panteras Negras, o ante los desastres causados por la guerra de Vietnam, el Dr. Steiner y otros colegas habían creado en Berkeley un movimiento al que denominaron Psiquiatría Radical, grupo al que por cierto Berne saluda como “sus amigos” en su última conferencia pública. También habían creado el Centro RAP (Radical Approach to Psyquiatry, o Enfoque Radical de la Psiquiatría) en el que atendían gratuitamente a quienes allí acudían. Uno de los ejercicios habituales consistía en lo que llamaron la Ciudad de las Caricias. Los participantes ofrecían y pedían mutuamente caricias positivas. Los participantes, en grupos de 12 a 24, se daban y solicitaban muestras sinceras de afecto y cariño, sin ningún tipo de condicionantes. Al principio les resultaba difícil, pero pronto se convertía en una marea con oleadas sucesivas de afecto que recorrían toda la sala. Aparecían también otros resultados interesantes. No sólo aparentemente se liberaba el amor, sino que además sucedían otras demostraciones afectivas libres y espontáneas, como la alegría o la esperanza. Además, un resultado habitual era que la gente se sentía más poderosa, más liberada. Y es que era precisamente ese aumento de poder personal el que había facilitado que todo ello ocurriera, que cambiase su realidad. Con más poder en sus Niños, las personas se otorgaban “permiso” para mostrarse más sinceras en sus expresiones emocionales. Junto a ese poder, estas expresiones siempre eran respetuosas y consideradas hacia ellos mismos y hacia los demás, ya que la guía, la llave, el arranque de todo había sido el afecto, el aprecio, el cariño; en definitiva, el amor en cualquiera de sus variantes e intensidades, que ahora y en ese entorno seguro su Niño podía liberar sin restricciones.

Y a pesar de todo, a un pequeño porcentaje de los asistentes se les veía retraídos, aislados, no participaban. Algunos incluso abandonaban la sesión a medias. Era apreciable su estado: abatidos, tristes, enfadados, desconcertados. Algo seguía sucediendo, y no era bueno.

El Problema

Parece que lo que sucedía era que los participantes tenían en sus mentes normas no escritas, pero grabadas a fuego, y que dificultaban ese libre flujo de caricias. Analizaron las transacciones, que después de todo es lo que se espera que haga un analista transaccional, y Claude Steiner las simplificó y enunció en lo que llamó las Leyes de Economía de Caricias. Dicen así (Steiner, 2011):

  • No des las caricias que quieras dar.
  • No pidas las caricias que quieres.
  • No aceptes las caricias que quieres recibir.
  • No rechaces las caricias que no quieres.
  • No te des caricias a ti mismo.

Vista las leyes, quedaba averiguar quién las dictaba, quién vigilaba su cumplimiento y sancionaba cualquier desviación de la norma. Algunos párrafos antes he escrito del estado del yo Padre y de las distinciones que hizo Eric Berne. Resultaban algo confusas, y por tanto poco prácticas y propensas al error y a la interpretación. ¿Qué hicieron en el Centro RAP? Agruparon todas las características positivas a un lado, que llamaron Padre Nutricio o Protector, y todas las negativas al otro, al que en un primer momento llamaron Padre Cerdo, y posteriormente denominaron Padre Crítico.

—Si resulta que lo complicado era distinguir entre funcionalidades positivas y negativas, ya me dirás cómo has hecho ese trasvase…
—Es verdad, y aquí viene la genialidad.

Teniendo claro que el estado del yo Padre siempre es normativo y prejuicioso, que dicta y quiere imponer sus leyes y normas aprendidas desde quién sabe cuántas generaciones atrás, la piedra de toque, la distinción que todo lo aclara es la siguiente: Si el prejuicio es a favor (tuyo / de los demás), hablamos del Padre Nutricio; si el prejuicio es en contra (tuyo / de los demás) estamos ante el Padre Crítico. Si aunque incluso erróneamente el Padre actúa de una forma determinada porque quiere lo mejor para ti o los demás, es el Padre Nutricio; si aun presentándose camuflado como algo lógico lo que pretende es controlar y limitar a los demás o a ti, nos hallamos ante el Padre Crítico.

Ya que hablamos de lo cultural, del Padre, encontramos el sentido del refranero, esas frases hechas, aceptadas y heredadas. Y hablando de dichos, “Muerto el perro, se acabó la rabia”. Y eso hicieron; fueron a por el perro.

El Resultado

Lo que había comenzado como algo intuitivo, ahora había llegado a la consciencia haciéndose evidente y claro. Se trataba de sacarlo de escena, de quitar el poder del control al Padre Crítico que limitaba nuestras emociones naturales. En definitiva, de eliminar lo que sobra:

El paciente tiene un impulso innato a la salud, tanto mental como física. Su desarrollo mental y emocional se ha visto obstaculizado, y el terapeuta no tiene más que quitar los obstáculos para que el paciente crezca con naturalidad en su propia dirección.

Eric Berne, Principles of Group Treatment (1966), pág. 63 (original)
y 83 (traducción); Más allá de juegos y guiones (2014), pág. 415.

Tras el fallecimiento de Berne, el Dr. Steiner escribía (1971):

Los buenos terapeutas no son magos, sólo saben qué hacer y cuándo hacerlo. Pero la capacidad de estar bien aguarda a toda persona preparada para liberarse de los mandatos del Padre Cerdo. Liberar la naturaleza feliz, cariñosa y productiva parece en ocasiones una tarea imposible. Los terapeutas de AT saben que es posible para todo el mundo, sin importar lo impotentes, tristes o sin amor que estén.

Es frecuente encontrar que el ejercicio de la Ciudad de las Caricias se realiza por doquier. Lo realmente difícil de encontrar es dónde lo realizan correctamente. Parece algo sencillo. Sólo se trata de dar y recibir caricias. Y ése es quizá el principal error que me he encontrado.

Que fluyan las caricias positivas es uno de sus resultados, y muy valioso. Pero eso no nos puede despistar del objetivo real del ejercicio: eliminar al Padre Crítico. Esta distinción resulta fundamental. Sin tener este aspecto bien claro, es bastante probable que suceda lo que he señalado antes. Funcionará para unos, pero un porcentaje de los asistentes se sentirá mal o posiblemente se sentirá bien por un breve tiempo, pero volviendo finalmente a obedecer las leyes de la economía de caricias del Padre Crítico.

Desactivar al Padre Crítico es el objetivo; desafiar y romper sus leyes en un entorno seguro y cooperativo, el método empleado; el libre flujo de caricias auténticas, el resultado. Y liberar toda esa energía para que la gente la tenga a su disposición es un cambio tremendo. Eso que se libera, es Poder. Poder Personal. Para muchos, una auténtica novedad y toda una sorpresa.

Tener claro lo anterior es importantísimo. Normalmente, y lo he visto muchas veces, esto no se entiende, se desconoce o incluso se desprecia. Recuerdo un caso personal hace varios años, en un taller que daba en solitario durante un congreso de AT. Entre los asistentes, muchos transaccionalistas reconocidos y experimentados. Casi no había dado tiempo a empezar el ejercicio cuando una persona se dirige directamente a otra y le dice “Te voy a dar una caricia, y es que…”. Lo corté de inmediato. Le recordé el protocolo, el objetivo y, sobre todo, que lo primero era pedir permiso a la otra persona antes de darle la caricia. Esa persona, visiblemente trastocada y confusa, respondió:

—Pero, ¿y por qué tanta formalidad? Yo sólo quiero darle una caricia. ¿Quién no va a quererla? Además, ¿no estamos aquí para eso?

No, en principio no estábamos allí para eso. Para empezar, y como había explicado antes de comenzar junto a los contratos, el paso previo e imprescindible a ofrecer o pedir una caricia es la transacción del permiso, solicitarlo a la otra persona. Allí estábamos para desactivar al Padre Crítico, y estábamos para tratarnos de forma educada. Al pedir permiso siempre antes de proceder al intercambio de caricias, damos la oportunidad a la otra persona de prepararse para un intercambio emocional de amor al que quizá no esté acostumbrada. Tiene así un tiempo vital para detectar a su Padre Crítico, tomar el poder suficiente para que su Padre Nutricio desafíe sus leyes, y otorgue permiso para que su Niño actúe de forma natural según sus deseos.

Tardé un poco en que se diera cuenta, y hubo que dar otra vez varias explicaciones sobre todo lo tratado: contratos, seguridad, permisos, el objetivo del ejercicio, etc. Sin embargo, fue una vivencia muy importante porque eso le dio al grupo una sensación de gran seguridad por no tener que someterse a caricias no bienvenidas. A partir de ahí fluyeron caricias como de un manantial. Esta persona y el resto de asistentes se pudieron dar y recibir cuantas quisieron sin obligación de dar o recibir las que no les apetecieran, y aprendieron el propósito real del ejercicio. El caso opuesto, la participación “obligatoria” por la presión de la masa o del facilitador, aunque no es nada raro en todo tipo de talleres, no lo considero beneficioso a medio plazo. A veces es muy evidente incluso en el corto plazo, simplemente viendo las caras de algunos cuando en un taller les dan órdenes como “Ahora todos nos levantamos y abrazamos a quien tengamos a nuestra derecha…”. Te invita a que la próxima vez que te encuentres en una situación similar observes los gestos de la gente a tu alrededor.

—Agustín, ¿qué hay de malo en dar abrazos?

Hay varios aspectos en los que por cuestión de espacio no puedo abundar mucho más. Steiner suele decir que “La caricia no deseada vale menos que un tostón” (moneda mexicana de medio peso). Lo más importante es que recuerdes que queremos desactivar al Padre Crítico. Es el tapón a la consciencia de las emociones naturales propias y ajenas. Además, el Padre Crítico será quien limite la expresión educada y considerada hacia lo demás. En vez de basarse en el amor, el respeto y aprecio a terceros, lo hará sobre sus propios prejuicios, que serán en contra tuya, de los demás, o muy probablemente en contra de ambas partes.

Afilando la Herramienta: Las Tres Etapas

Ahora que he presentado la base y su origen, es el momento de mostrar el esquema completo. El aprendizaje de Educación Emocional consta de una serie de transacciones, separadas en tres fases bien diferenciadas. Vamos a repasar todo el sistema.

Steiner llama “Abrir el Corazón” a la primera fase. Lo primero es acordar y aclarar la base de la Cooperación: contrato o acuerdo de no usar juegos de poder y no obligar a nadie a hacer lo que no quiera. Especialmente acordamos rechazar la mentira. También hacemos un segundo contrato de Seguridad, por el que todos los participantes nos comprometemos a preservar la confidencialidad de cuanto ocurra en el taller.

Sobre esta base de Seguridad y Cooperación, ya empieza a ser posible eliminar el férreo control del Padre Crítico. Procedemos a conocer sus mensajes, las mil y una formas que tiene de operar sobre nosotros y en nuestras relaciones (transacciones) con los demás. Conocemos sus leyes y con el apoyo mutuo del grupo, procedemos a desafiarlas e incumplirlas. El resultado de esta primera fase es un ascenso sobre la Escala de Consciencia Emocional. Pasamos de niveles caóticos y muy bajos de consciencia, a otros niveles en los que después de traspasar la barrera verbal, como mínimo empezamos a ser capaces de poner nombre a lo que sentimos. Probablemente, comencemos además a identificar sus causas y apreciar sus intensidades.

La segunda etapa es “Inspeccionar el Paisaje Emocional”. Si en la fase anterior el foco está puesto en el individuo, desde el suelo firme del conocimiento de las emociones propias ya estamos en disposición de empezar a otear las emociones en los demás. Ejercitar la intuición sobre qué sienten los demás, aprender a expresar de forma emocionalmente educada esas intuiciones, y su validación si son acertadas o no por parte de esas otras personas es el aspecto clave. De esta forma todo el grupo aprende, se beneficia y practica el identificar las emociones en los demás.

Una de las formas para hacerlo es mediante la transacción de Acción/Sentimiento en la que comunicamos objetivamente lo que hemos sentido a raíz de una acción de otra persona. El resultado de esta segunda etapa es que seguimos ascendiendo en la Escala de Consciencia Emocional. Empezamos a alcanzar la empatía, con la cual podemos intuir qué emociones, con cuánta intensidad y por qué causa otros sienten lo que sienten. Esta capacidad de intuir correctamente lo que otros sienten es otra herramienta que se afila a base de compartir nuestras intuiciones emocionales, y pidiendo la validación o el rechazo de su objetividad. Tenemos en cuenta que la mayoría de las intuiciones siempre poseen parte de verdad, e intentamos encontrarlo.

En el devenir diario, parece casi imposible no causar daños emocionales a los demás. Si queremos ser emocionalmente educados, es hora de “Asumir la Responsabilidad”, la tercera fase. Sin duda es la parte más difícil de todo el sistema. Reconocer el error propio es algo que está realmente “castigado” en nuestra sociedad. Nuestro Padre Crítico nos puede decir en estas situaciones desde cosas suaves y sutiles como “Da igual, disimula, nadie se dio cuenta” a otros mensajes más fuertes como “Eres tonto y sin remedio. Ya metiste la pata otra vez. No tienes arreglo”. Esta tercera fase trata de las Disculpas y la Reparación del Daño Emocional. El causado y el recibido. Ofrecer o pedir disculpas, solicitar el perdón, aclarar y especificar, ofrecer compensaciones, e incluso negar una disculpa que nos parece insincera y forzada es el área de esta tercera fase. Sí, realmente difícil hacerlo de una forma emocionalmente educada. Pero dado que podemos causar daño, y por lo tanto somos responsables de esas heridas emocionales a otros, es indispensable tener la habilidad de reparar dichos daños. Así terminan las tres fases de la Educación Emocional.

El Poder del Corazón

Hemos visto que hay diferencias notables con lo que se conoce como Inteligencia Emocional. No hablo ya de las elaboraciones o preceptos teóricos, ni siquiera de la antigüedad y origen de los distintos enfoques. Puedes ser muy inteligente manejando las emociones de los demás, como de hecho sucede habitualmente, por ejemplo con la publicidad empresarial o la propaganda política. Desde ese enfoque, se puede ser muy inteligente para causar determinadas emociones en beneficio propio. Causar una emoción determinada que provoca una acción previsible es el inicio habitual y el más efectivo para lograr que alguien haga algo que no tenía pensado hacer, o que ni siquiera quería hacer.

Como declara Steiner, “La educación emocional es inteligencia emocional centrada en el corazón”. Y esto es así porque sus tres pilares se asientan sobre el amor. Estos pilares son (Steiner, 2011):

  • Amor a los demás.
  • Amor a uno mismo.
  • Amor a la verdad.

Si a la mesa le falta una pata, se cae; si no están igualadas, quedará coja.

Cuando no amas a quienes te rodean y sólo los consideras instrumentos para tus fines, no te extrañe que te consideren de igual manera. Cuando no te quieras a ti mismo, estarás en manos de los demás. Eso que crees tu amor hacia ellos será simple sometimiento. Cuando no amas la verdad lo suficiente como para buscarla y reconocerla cuando la encuentres, vivirás en una fantasía. Puede ser un sueño precioso o una pesadilla agobiante. En ambos casos, ten claro que no vivirás en la realidad.

Todos ellos, bien nivelados, potenciados y entrelazados, son una base fuerte y sólida para la vida. Tu vida, sus vidas, la Vida.

Dos Muestras

—Bueno, en la teoría todo tiene sentido, y seguramente me sea útil en algunas de mis relaciones…

—¿En algunas? ¿Sólo?  ¿Y por qué no va a ser útil en todas? Yo uso estos principios en todas mis relaciones, y no sabes cuánto ha cambiado mi vida. Me suena raro, como si me dijeras “este gel de baño sólo lo puedo usar en la ducha de casa, pero no me sirve si me voy a dar un baño en la habitación de un hotel”. No tiene mucho sentido, ¿no te parece? De igual forma que el jabón te limpiará sin importar dónde lo uses, la educación emocional se puede aplicar en cualquier situación en la que te encuentres con alguien, e incluso te va a servir para tu diálogo interior cuando estés a solas con tus pensamientos.

—Mira, Agustín, acepto que puede funcionar en algunos ámbitos. Seguro que me puede ayudar con mi pareja, con mis hijos, e incluso puede que con mis amistades más cercanas. Pero, por ejemplo, no me veo pidiéndole caricias a mi jefe…

—Mmmm… ¡Me encanta tu ejemplo! ¿Sabes? El caso personal más extremo que tuve fue con la policía. No tengo inconveniente en contártelo, aunque es un caso algo manipulativo por mi parte y que no me enorgullece. En mi descargo, alegaré que apenas estaba comenzando mi formación con Steiner. Sólo te diré que lo que empezó como una multa de tráfico, terminó con un coche patrulla escoltándome hasta mi casa. Y por supuesto, nunca llegó la multa. Pero te decía que me gusta mucho tu ejemplo, porque probablemente en el entorno laboral y de organizaciones es donde más he puesto en práctica estas ideas. Y donde los resultados han sido más inmediatos.

—¡No me lo creo! ¿En serio?  Ya, me vas a decir que hablas y comentas estas cuestiones con tus jefes, clientes, proveedores, compañeros de trabajo…

—¡Pues claro! Tu jefe, además de serlo, es padre. Laura, mi mejor cliente, resulta que tiene pareja (lo cual es una lástima, pero esa es otra historia), Fernando, además de mi hermano y socio, resulta que tiene un hijo y algunos buenos amigos. Es decir, todos ellos tienen una característica común: son personas que se relacionan con otras personas. Justo la materia con la que trabaja la Educación Emocional y el AT.

—Pues serán personas, pero no me veo pidiéndole una “caricia” a Luis, el de contabilidad, y mucho menos ofreciéndosela a Lola, la gerente. Con mi conocido y amplio interés en la mejora personal, junto a mi igualmente conocida aversión por el fútbol, ya tengo suficiente fama de “persona rarita” en la oficina…

—¡Jaja! Oye, pues igual te pierdes un fin de semana romántico. Bueno, bromas aparte, también te he dicho que aunque lo parezca y mucha gente así lo crea, desde luego esto no es nada fácil. Es un proceso de aprendizaje que has de realizar con gente dispuesta, en un entorno cooperativo y con un facilitador bien formado. Desde luego, si acudes a una formación exprés en unas pocas horas con alguien que habla de oídas, igual sí. Se lanzan a ir pidiendo y ofreciendo caricias sin ton ni son. Es como si le doy las llaves del automóvil a mi hijo, y a sus doce años le digo “Toma, ya puedes ir solo al colegio”. Estoy completamente seguro de que ni siquiera saldrá del garaje sin estrellarlo contra la pared. Pero si te apetece podemos comentar muy brevemente algo sobre la aplicación de la educación emocional en el trabajo y los negocios.

—Tengo curiosidad por escucharte. Y ya que hablamos de sinceridad y de evitar las mentiras, además tengo muchas dudas de que sea tan efectivo como dices. Es más, lo veo contraproducente.

—Vamos a ello. Algunos casos reales y personales, y cambio nombres por preservar la confidencialidad: Tras varias conversaciones y presupuestos, Juan me envía un email diciendo que no van a adquirir el equipamiento ofertado. Escucho claramente a mi Padre Crítico diciéndome “Eres un pésimo comercial, el producto que llevas es malísimo y caro, etc.”. Mi Niño está bien protegido por mi Padre Protector que lo calma y le dice que vamos a arreglar eso. Decido usar el Adulto y comprobar la realidad. Escribo y agradezco a Juan su atención, le digo (y es cierto) que ha sido un placer tratar con él, que por favor no deje de considerarnos para futuras adquisiciones, y le pido si puede informarme sobre cuál ha sido el problema. Al poco me escribe un nuevo email. Me dice que el problema es por cuestiones financieras, que siendo formalmente todas las ofertas similares, entre varias alabanzas sobre la información ofrecida (toda, sin esconder nada) sin duda se hubieran decantado por la nuestra por el trato personal y la confianza transmitida y percibida. Y que por supuesto, cuentan con nuestra empresa para el futuro como proveedor prioritario. Cuando el importador me pregunta por esa gestión, le remito la carta del cliente. Antes de media hora me llama el gerente para felicitarme. Como es un gremio en el que todos nos conocemos, parece que ese email circuló. Llega incluso a oídos de la competencia. Me llama el gerente de la otra multinacional en el mercado, de mi competencia. Me pregunta qué tiene que hacer para que trabajemos juntos y llevemos su marca. Que ha revisado sus informes y observa que en mi zona no tienen clientes. Quiere en su organización gente que reciba emails como el que yo recibí. En cambio, dice, suele recibir quejas y protestas por el trato. Le agradezco el “cumplido” y le digo que me siento halagado y agradecido por su gesto. Este hombre no sabía lo que era una caricia, ni probablemente fuera el momento de explicárselo.

Pepe era un cliente desde hacía muchos años. Siempre fue igual. Tremendamente exigente, mucho más de lo que estaba pagando, no apreciaba esfuerzos añadidos ni horas extra. Alguna vez le pillamos con mentiras que usaba para forzarnos a hacer cosas que igual hubiéramos hecho sencillamente si no los pide. Por su parte, siempre se retrasaba en sus pagos, y para él su céntimo era sagrado, pero nuestros miles de euros tenían escasa importancia. Llegó el momento de renovar sus equipos y le envié una oferta sin absolutamente ningún descuento, y creo recordar que con algún recargo. No tardó en llamarme, entre enfurecido y burlón. Que si era una broma, que tenía mejor oferta de la competencia…  “Pepe, ésta es nuestra oferta; ésta refleja lo que pides, lo que exiges y la que corresponde a lo que a menudo incumples”.  Su respuesta ya la imaginas. Ya me estoy extendiendo demasiado. El resumen es que a los meses me llamó para que le ayudara con el equipo nuevo que no nos había comprado. Le pasé presupuesto de nuestra intervención, indicando nuestra cuenta corriente para que hiciera el ingreso previo. Así hemos estado algunos años, con llamadas ocasionales, facturadas y cobradas de antemano. Mientras, yo he podido dedicar mi esfuerzo y conocimientos a clientes que lo aprecian, lo valoran y lo pagan. Recientemente, tocó renovar nuevamente, y no me dijo nada sobre el presupuesto que le preparé. Se limitó a enviarme el pedido aceptando la oferta. Nuestra relación ahora es mucho más agradable, amistosa y cooperativa por ambas partes. Podría haber seguido por años metido en “juegos” de Deudor con él, y sufriendo los ataques de mi propio Padre Crítico.
Te repito que son casos reales y personales. Además de con clientes, creo que el caso que puede parecer más difícil, podría seguir con infinitos ejemplos relativos a proveedores, financieras, compañeros, e incluso con funcionarios de la administración. En vez de eso, te invito a que leas más sobre estas materias. Para empezar, te sugiero Educación emocional y El corazón del asunto, ambos de Claude Steiner.  Luego, poco a poco, puedes ir poniéndolas en práctica o acudir a talleres de formación con facilitadores preparados. Quién sabe, igual puedes formar tú mismo un grupo inicial de gente interesada con la que compartir y aprender entre todos. Aquí estoy para ayudarte, si quieres.

No quiero terminar este artículo sin agradecer expresamente a Claude Steiner su ayuda y apoyo tanto en la redacción y estructura de este artículo, como en la confirmación de los datos aportados.

Referencias Bibliográficas

Berne, Eric (1964). Games People Play. The Psychology of Human Relationships. Nueva York: Grove Press. Traducción Española (1987): Juegos en que participamos. México, D.F.: Diana (20ª Impresión, 1987) y (2007) Barcelona: Integral.

Berne, Eric (1966). Principles of Group Treatment. Nueva York: Oxford University Press. Traducción Española (1983): Introducción al tratamiento de grupo. Barcelona: Grijalbo.

Berne, Eric (1974). ¿Qué dice usted después de decir «Hola»? Barcelona: Grijalbo. Título original (1973): What do you say after you say Hello?. Nueva York: Grove Press.

Berne, Eric (2010). La intuición y el análisis transaccional (Compilación realizada por Paul McCormick). Sevilla: Editorial Jeder. Título original: Intuition and Ego States (1977). San Francisco: Harper and Row.

Berne, Eric (2014). Más allá de Juegos y Guiones (Antología preparada por Claude Steiner y Carmen Kerr). Sevilla: Editorial Jeder. Título original: Beyond Games and Scripts (1976). Nueva York: Grove Press.

Castilla del Pino, Carlos (2000). Teoría de los sentimientos. Barcelona: Tusquets.

Steiner, Claude (1971) Transactional Analysis Made Simple. Ego States, Games, Scripts and “The Fuzzy Tale”. Berkeley.

Steiner, Claude (2011) Educación emocional. Sevilla: Editorial Jeder. Títulos originales (2003): Emotional Literacy: Intelligence with a Heart. Fawnskin: Personhood Press. Achieving Emotional Literacy (1997), Avon Books.

Steiner, Claude (2009) El otro lado del poder. Sevilla: Editorial Jeder. Título original (1981): The Other Side of Power.  Nueva York: Grove Press.

Steiner, Claude (2010) El corazón del asunto. Sevilla: Editorial Jeder. Título original (2009): The Heart of the Matter. Pleasanton: TA Press.

2 comentarios en “Educar las Emociones

  1. Excelente articulo Agustín,muy claro y da claves fundamentales para entender el enfoque de C.Steiner y su grandísimo valor.Gracias!

    1. Oh! Muchísimas gracias Emi, justo ésa era la idea!

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